Y de repente, pum

La muerte y la justicia

Sé que la vida no es justa, pero a escondidas siempre deseo que lo sea. Me cabrea que haya muerto una mujer embarazada de ocho meses por culpa de que a un idiota —aunque idiota no es precisamente la palabra— se le ocurriera coger el coche puesto hasta arriba de todo y condujera 10 kilómetros en dirección contraria por la autopista hasta estrellarse contra un coche que iba por donde tenía que ir. Me jode y entristece que puedan pasar estas cosas y que encima pasen cada vez más. Me gustaría ver su cara, saber su nombre, poder dirigir toda esta rabia que tengo dentro hacia una identidad en concreto. No serviría de nada, yo no me sentiría mejor y tampoco cambiaría lo que pasó el domingo. Estoy enfadada y siento una impotencia terrible.

Supongo que también me revuelve que esto haya pasado al lado de casa. Aquí, que nunca pasa nada. Que le pudiera haber pasado a alguien conocido, a alguien querido o que me hubiera podido pasar a mí. Que de repente un día adiós, pero sin poder decir adiós. Que no me he muerto sola, que es que me ha matado alguien. Que yo volvía tranquila a casa y de repente, pum. Que tú estabas acabando de currar y de repente, pum. Que ellos estaban en el instituto y de repente, pum-pum-pum.

Todos nos morimos, todos vamos a morir algún día, pero eso no quita que muchas veces vaya a ser de forma injusta. Qué es justo aquí, quién merece una muerte justa y quién no. Qué es una muerte justa, en base a qué. Ojalá morir de viejita en mi cama y no enterarme. Ojalá que a todos os pasara igual. Ojalá que nadie tuviera que morir en accidentes, guerras o por enfermedades. Pero la vida no es así, la gente buena muere de formas horribles. Y la gente no tan buena muchas veces muere tranquila en su cama rodeada de su familia. Hoy me valen los términos «ser bueno» y «ser malo» porque estoy triste y cabreada. La vida es así. La muerte es así.